Desde hace algunos años, mi
familia tiene la costumbre de reunirse los viernes de semana santa a compartir
entre todos con primos, tíos y abuelos, una reunión en donde no solo las
historias de años anteriores o de los sucesos recientes son protagonistas, durante
esta época mi abuela suele preparar una serie de dulces cuyos nombres no sé si
son los tradicionales o si son una denominación que mi familia le ha dado a través de las
generaciones; estos dulces son el centro de atracción tanto para niños y adultos
durante estas reuniones, puesto que durante otras épocas del año ninguno de
nosotros tiene la oportunidad de probarlos, entre los dulces que recuerdo
están: un caramelo de plátano que usamos para untar sobre galletas, al que mi
primo llama mongo-mongo, dulces de tamarindo, tortas de banano, entre otras
delicias que en el momento no logro recordar pero cuyos sabores están presentes
en mi memoria cada vez que recuerdo la Semana Santa. Así es como durante estas
reuniones, en las que mi casa parece estallar de la cantidad de gente que se
encuentra allí, hay un momento de silencio mientras todos; sin importar si
somos jóvenes o viejos, si nos hablamos el resto del año o no; nos sentamos por
toda la casa, en el comedor, la sala, el patio y las escaleras a comer y
saborear el amor con el que una mujer como mi abuela es capaz de preparar sus
recetas.
Ingrid Gisell Farfán.
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